jueves, 21 de junio de 2007

miércoles, 20 de junio de 2007

ESTUVIMOS EN EL SALON INTERNACIONAL DEL AUTOMOVIL

Estuvimos en el Salón Internacional del Automóvil en la Rural y tenemos algunas fotos y vídeos para compartir. Que lo disfruten y, sigan portándose como el c...!!!

BMW GS 1200 ADVENTURE

BMW RT 1200

EL PENTHOUSE DE FORD

RENAULT CONCEP


¡QUE ME LO LLEVE LA GRUA SI PUEDE!


¡¡¡Se llama como los pantalones!!!

RAM, RAM, RAM.


EL VARADERO EN LA EXPO


LA GS 1200 ADVENTURE ESTABA VESTIDA DE FIESTA


BMW EN LA EXPO


BMW M6. SOLO U$S 180.000


PARA MUCHOS LO MEJOR DE LA EXPO


Y para nosotros también!!!

SIN PALABRAS!!!


¿Sin palabras se quedó David porque Dani le gano el lugar!
Y si no mirenle la cara... o será porque estaba Nadia de frente.

¡¡¡A LA MIERDA!!!


SE VA EL CAYMAN, SE VA EL CAYMAN...


Porsche Cayman

PORSCHE 4X4


MERCEDES CLASE R-ECARO


METAMORFOSIS & HILUX




EN ESTE NO NOS DEJARON SUBIR


SUBARU 4X4. NOS GUSTO


NISSAN NI SON


INTERIOR DEL NISSAN Z 350


ME DURA MEDIA CUADRA


PEUGEOT EN LA EXPO


UN PEUGEOT DEL AÑO DEL DOPE


JEEP EN LA EXPO


FIAT EN LA EXPOAUTO


FIAT FCC ADVENTURE


FIAT FCC


EL TT. UN CLASICO. BARATITO, BARATITO.


EL AUDI RS 4. DAME DOS.


EXPOLANCHA?


AQUÍ ANDUVO DANI


TE LO LLEVAS ENTONCES DANI


Si. Asi le saco la butaca y se la pongo al Vulcan.

TEST DRIVER MAN


Para que carajo será este botonnnn...

SI ME DAS OTRO COLOR ...


TOYOTA 4X4.


Y qué? Yo tengo un TA-YOTA!!!

ME ECHARON UN VOLVO


LA VOLVO 4X4. MASOMENO


Y DONDE ESTA EL MARCIANO


Y SCHUMI NO VINO?


LA FORD CONCEP


No sabemos todavía si era una camioneta larga, un camión
corto o, un loft hiper-amueblado

UN MOTORCITO PA´ LOS MUCHACHOS


EL PENTHOUSE DE FORD


PANTALLITAS-PANTALLITAS


¡¡¡YUPI, YUPI. QUE LINDA MONTAÑA RUSA!!!


¡David!¿Qué tocaste?

EL STAND DE LOS MIONCAS


viernes, 15 de junio de 2007

¡¡¡YA BASTA!!! SOLO UN CUENTO?


Origen de la fuente solomoto30

¡YA BASTA!: JORDI NADAL-JORDI GUILLEN

Era un ex campeón de España y de Europa.
Aunque no llegó jamás a lucir el número 1 en un G.P. del Mundial, durante los años en los que estuvo fajándose con los mejores y formando parte de la élite, su innato talento, su formación humana y el dominio de un par de idiomas lo convirtieron en uno de los personajes más populares del Mundial Circus. Luego, tras su retirada un tanto prematura a causa de una acumulación de lesiones y la inesperada complicación de una de ellas, un mundo nuevo apareció ante él: decenas de puertas se le abrieron de par en par para acogerlo en su seno y en su nómina, desde revistas especializadas, prensa diaria y colaboraciones televisivas hasta la industria privada, e incluso la propia federación. Podía plantarse ante el espejo y decir sin temor a ruborizarse que ahora era mucho más popular entre la familia motorista que cuando arrancaba (generalmente desde la tercera o cuarta fila) de la parrilla de un Gran Premio.
Era un lunes cualquiera y una carretera secundaria con buen asfalto; era un nuevo modelo de megascooter que estaba probando para “Siempre Moto” y eran las once de una radiante mañana de primavera.
Era una señora de 53 años que había detenido su microcoche de los sin carnet justo en el centro de la cerrada curva ciega a derechas (¡Bah!, será sólo un momento, recoger un ramito de esa retama tan preciosa que hay en la cuneta… total, si nunca pasa nadie por aquí…).
Era un destino cruel e irónico, tras más de una década a 300 kilómetros por hora, desafiando las leyes de la gravedad rozando rodillas y codos por el asfalto de los circuitos más célebres del planeta, tocándose en plena tumbada con los tipos más pirados, con 200 caballos bajo el culo, fue a tener el accidente de su vida con un scooter y la inestimable colaboración del adefesio con ruedas de la señora Felisa.
Era una especie de huevo grande, deforme y azul que apareció de pronto en plena curva; era un asfalto duro y deslizante, como siempre, y era una cuneta engalanada de amarilla y olorosa retama que se acercaba a él apenas se dio cuenta de que se había caído.
Era un guardarraíl.
era un buen hospital y un eficiente equipo de cirujanos, pero fue imposible reimplantar el brazo. Si hubiera sido un corte limpio, tal vez… aunque la amputación se había producido por arranque, y en estas condiciones era como intentar conectar un cable de acelerador a un tubo de gasolina; simplemente no funcionaría. Así que se limitaron a practicar un corte en V para proceder al almohadillado del muñón con la propia carne sobrante.
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La noticia del accidente del ex campeón apenas asomó en las noticias de las dos, y un par de cadenas pudieron dedicarle tan solo unos breves segundos, pues el trepidante partido del día anterior entre el Madrid y el Barcelona, con expulsiones incluidas y jugosas declaraciones de los protagonistas, ocupó el noventa por ciento del tiempo dedicado a deportes. En los noticiarios de la noche, el desgraciado accidente de un antiguo as de la motocicleta cuyo nombre les sonaría tan sólo a cuatro fanáticos de esos que los domingos te adelantan zumbando, quedó aún más eclipsado por la noticia que había saltado a media tarde, el inesperado noviazgo del fabuloso (y guapísimo) cantante Borja Soberano con la jovencísima (y guapísima) modelo-presentadora-hijadefamosa Marilú Juramento.
Los periódicos del día siguiente, aunque con el espacio acotado a causa de las réplicas de las mutuas acusaciones que se cruzaban entre sí mandatarios merengues y culés sobre el partido del siglo de aquel mes, se ocuparon un poco más del accidente, e incluso un par de ellos se molestaron en recordar el extenso palmarés del desgraciado piloto.
Los que si clamaron al cielo fueron los responsables de las revistas semanales especializadas. Para cuando había ocurrido todo, los ejemplares de la semana estaban ya camino de los quioscos, pero el martes siguiente sacaron a la calle sendos números especiales dedicados al accidente, a la biografía y perfil humano del ex campeón, y… sobre todo, una vez más, aunque ahora mucho más agresivo, un ataque frontal y despiadado, desde los mismos editoriales firmados por los pesos pesados de las publicaciones, contra los dichosos guardarraíles asesinos y los responsables de que éstos siguiesen segando vidas y mutilando el futuro de inocentes que pagan sus impuestos suponiendo que alguien se ocupa de mantener las carreteras en condiciones.
Los lectores se habían lanzado sobre los faxes, los buzones y las webs de las revistas del sector, y los escritos de los aficionados, independientemente de su educación o agresividad a la hora de expresarse, en esencia venían a decir todos lo mismo: que estaban hasta los cojones de los guardarraíles y que alguien debía hacer algo de una puñetera vez.
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Los clubes y agrupaciones fueron las primeras en organizar acciones presionando a los medios de comunicación que tan poco eco se habían hecho de la noticia del accidente, así que tras un constante goteo de llamadas telefónicas y cartas al director, un representante de la prensa seria decidió por fin tocar el tema, y para el suplemento dominical del conocido periódico fue un puntazo descubrir y publicar que los motociclistas no siempre se dedican a asustar viejecitas, violar monjas o atracar farmacias; que, de vez en cuando, parecen transmutarse casi en humanos y, aunque fuese por una vez, se las habían apañado para organizar un encuentro motociclístico (en el diccionario del diario ese no existía la palabra concentración) en el que la recaudación obtenida con las aportaciones voluntarias de los moteros se destinaría a cubrir con protecciones unos cuantos kilómetros de las cuchillas asesinas que los bienpensantes administradores de nuestro dinero público habían colocado estratégicamente para que nos podamos suicidar en cuanto queramos (o no).
Como por aquellos días los sementales oficiales del reino, a pesar de la insipiente primavera, andaban de bragueta caída y no proporcionaban materia prima para la prensa rosa, que ya no sabía a que famosilla dejar embarazada por el hábil método del Exclusívitu Santo, pues ya habían preñado y despreñado a todo bicho viviente, el sagaz productor del programa televisivo que la semana anterior había leído el reportaje de los moteros solidarios invitó a uno de los organizadores al programa, donde fue entrevistado por la popular modelo-presentadora-hijadefamosa metida recientemente a novia de cantante-guaperas de moda.
Antes las cámaras, el presi de la Peña Paddock, experta organizadora de concentras benéficas, intento advertir a la niña mona aquella y a la audiencia de media tarde sobre la peligrosidad manifiesta de los guardarraíles, y manejando con soltura datos y estadísticas intentó meter el dedo en el ojo del asunto, aunque en realidad el pobre Papa Toni estaba sudando tinta para poder explicarse con más o menos claridad, y es que aparte de los nervios lógicos de su bautismo en televisión, con el maquillaje, los focos, los micros y demás, tenía como enemigo al robot de mortadela, que es como definiría más tarde en el local y en la Hoja Paddockial a la estupida aquella de grandes tetas, larguísimas piernas, azules bragas (que las cámaras mostraron más tiempo que la cara del entrevistado) y, por lo visto, inexistente cerebro. Le costó un huevo poder hablar no más de un minuto y medio entre los continuos cortes de la pechoentadora, que no hacía más que interrumpir a Papa Toni con agudas observaciones del calibre de “¡Huy!, qué peligroso, ¿no?” o “… y ¿tú has tenido muchos accidentes contra los guardarraíles?” o “… y ¿no es más seguro ir en coche?” o “¿no será que corréis demasiado con las motos?”. Sólo le faltó preguntar si aprovechaban las concentraciones para dar algún tirón de bolso, o si acababan todos en pelotas alrededor de la hoguera fornicando a diestro y siniestro mientras se inyectaban los caballos de los tetracilíndricos por las venas y adoraban a un ídolo repartidor de pizzas ofreciéndole la sangre de una virgen del lugar.
El caso es que el presidente de la agrupación intentó meter toda la información que pudo entre las pelotudeces de la presentadora y, a pesar de todo, aquella tarde regresó al local satisfecho por la publicidad que le había dado a la concentra antiquitamiedos. Claro que cuando vio en vídeo la grabación del programa y que en lugar de su barbuda cara con una pancarta de GUARDARRAÍLES NO detrás, casi toda la entrevista eran tomas espectaculares de la guapísima Marilú ilustradas con inserciones salvajes de tíos colgando sus motos, quemando gomas en plena calle e interesantes composiciones plásticas de un par de CBR empotradas en el lateral de un Volvo o una Kawa partida en dos en medio de un charco de serrín, Papa Toni se levantó como un poseso dispuesto a quemar los estudios de televisión, pero lograron controlarlo antes de que lograse subir a su VFR y salir disparado.
En plena vorágine de protestas contra quien quiera que fuese el responsable de los quitamiedos, algunas empresas del sector comenzaron a costear unos protectores para los postes, y así pronto se vieron algunas curvas patrocinadas por Nolan o Levior, los cuales notaron sin duda el gesto con un significativo incremento de ventas.
Mientras, entre concentraciones reivindicativas, publicidad protectora, cartas a los medios de comunicación y movilización general de motociclistas, incluso hubo algún listillo que intentó llegar a lo más alto: dado que la responsabilidad de los guardarraíles asesinos resultó estar compartida entre una laberíntica maraña de instituciones independientes unas de otras (desde el Ministerio hasta las Municipalidades, pasando por los gobiernos autonómicos, según la categoría de la carretera), a alguien se le ocurrió que si el Gobierno prohibía los dichosos postes y ordenaba su sustitución, esta medida debería ser efectiva en todo el territorio nacional, independientemente del responsable de la vía. Así que el tipo intentó ponerse en contacto con el presidente del Gobierno.
Como es natural, le fue imposible y, aunque el elemento en cuestión era bastante testarudo, tuvo que desistir al cabo de unas semanas; pero no dándose por vencido, puso el punto de mira un peldaño más abajo y apunto al segundo de a bordo: el ministro de Fomento. Evidentemente, ni la dirección ni el teléfono del señor ministro estaban muy a la vista, así que, tras unos días, incapaz de conseguir algo, no tuvo más remedio que seguir bajando en el escalafón… y esta vez lo logró. Resultó que el subdirector general de Conservación y Explotación del Ministerio de Fomento (máximo responsable que fue capaz de localizar en el tema de los guardarraíles), se llamaba Fernando Hernández Alastuey y tenía una dirección de correo electrónico (fhastuey@mfom.es), así que el desalmado motero se dedicó a enviarle mensajes a diario implorando la eliminación de los dichosos quitamiedos.
El ímpetu inicial fue cediendo poco a poco, y la absoluta falta de apoyo de los grandes medios de comunicación acabó por apagar la llama que casi provoca el incendio, pero que empezó a consumirse, lenta e inexorablemente. Los más radicales llevaron a cabo sus últimas acciones, las revistas del sector no dejaron nunca de protestar, hacer campañas, concienciar a la gente y recoger firmas, pero el accidente del ex campeón fue diluyéndose con el tiempo, y la gente de la calle no tardó en olvidar que en las carreteras seguía acechando la negra dama con su guadaña de filo en H también conocida como IPN.
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Era un guaperas y famoso cantante de baladas, aunque en sus principios había ido de roquero por la vida, hasta que ya un lejano día un productor le propuso afeitarse la barba, cortarse la melena, dejar de cantar con la voz ronca y menear un poco las caderas. Luego vino la canción aquella del bailecito excitante, el video clip lleno de culitos respingones, la cancioncilla que a un compositor de la discográfica se le ocurrió mientras se preguntaba si quedaría suficiente papel higiénico en el rollo. Después, el éxito, la prensa, la televisión, el dinero, y ahora que bajan las ventas, las exclusivas en las revistas del corazón. Ahora le habían preparado la ruptura con Marilú Juramento, aunque en realidad jamás habían sido novios, eso eran asuntos de las productoras, y al parecer la chica andaba tan necesitada como él de una exclusiva que llevarse a la cuenta corriente.
Era una marca de colonia de toilette masculina que necesitaba una imagen popular (y no muy cara) para su campaña publicitaria, y un agente artístico que necesitaba cambiar de coche.
Era la filmación de un anuncio para TV con el conocido cantante Borja Soberano paseando felizmente en bicicleta mientras esparcía sobre su varonil pecho unos refrescantes chorritos de perfume.
Era la séptima vez que repetían la escena, y esta vez el cantante pedaleó con mucha más fuerza para tomar velocidad en la bajada, pues al director le había gustado la toma anterior en la que una fuerte ráfaga de viento alborotaba sus cabellos.
Era un tramo de carretera cerrada al tráfico, con un pequeño parche de asfalto resbaladizo, allí donde no daba el sol. Un asfalto duro y deslizante, y era una cuneta que se acercaba a él apenas se dio cuenta de que se había caído a 30 km/h.
Era un guardarraíl.
Era una filmación y unas espeluznantes fotos que, a pesar de todo, acabaron circulando por la Red y finalmente publicadas en varios semanarios de actualidad. Eran una pierna y una mano que quedaron en el asfalto.
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Esta vez no hubo partido de fútbol que le robara protagonismo a la noticia. Esta vez todos conocían el popular rostro del herido. Esta vez millones de amas de casa, adolescentes, niños y padres de familia conocían de sobras aquel nombre, y se horrorizaron al conocer el suceso.
Varias cadenas interrumpieron su programación para dar el flash informativo; las emisoras de radio, como siempre, fueron las primeras en dar detalles. Los semanarios del corazón dedicaron decenas de páginas al accidente: sí, sobreviviría. No, no se habían podido reimplantar ni la mano ni la pierna derechas. Sí, él era conciente de lo que le había pasado. No, su ex novia Marilú Juramento aún no hacía declaraciones. ¿Se había acabado su carrera artística? ¿Estaba solo o alguien lo apoyaba? ¿Dónde estaban sus fans?, ¿decían que había intentado suicidarse en el hospital?
Las peluquerías rugían de indignación, las paradas de los mercados clamaban venganza, las cafeterías del centro exigían responsabilidades y las revistas del corazón y la prensa amarilla retroalimentaban la ira de la portera, el padre de familia y el ama de casa, y millones de ciudadanos y ciudadanas de a pie empezaron a ponerse nerviosos cuando algún periodista sugirió que aquellas tan espantosas no podían pasarle tan sólo a cuatro fanáticos de esos que los domingos te adelantan zumbando sobre sus motos, sino que le podía pasar a cualquiera paseando en bicicleta, ¡a cualquiera!, incluso al mismísimo Borja Soberano… o a tu propio hijo de siete años.
Dos semanas después, en pleno hemiciclo, el ministro tuvo que contestar a las preguntas que varías señorías le hicieron sobre el tema. El gobierno no tuvo más remedio que depurar responsabilidades, y aunque no hubo dimisiones, sí se oyó algún que otro coscorrón.
Medio año después no quedaba un solo guardarraíl asesino en la red viaria nacional…
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Borja Soberano sigue con su carrera musical, aunque ha cambiado radicalmente de estilo. Ahora, como es lógico, no puede mover las caderas con soltura ni hacer video clips con pegadizas melodías y bailecitos sensuales, no; ha vuelto a sus orígenes y se ha dejado barba y melena. Vuelve a cantar rock con la voz cascada y es muy solicitado en las grandes concentraciones de motos, a donde a pesar de sus carencias físicas, acude a bordo de un triker con motor V8 de Chevrolet automático, con el gas y el freno trasladados a la izquierda. Detrás monta a una vallisoletana de muy buen ver, que aunque no es modelo ni presentadora ni hija de ningún famoso, trabaja en unas oficinas y está colgadísima de él. Los hay con suerte.
El ex campeón de España y de Europa sigue colaborando con las revistas del sector y como comentarista de televisión. A escondidas a logrado conducir por el circuito de Montmeló con su único brazo una CBR modificada, con unos tiempos nada despreciables. Los hay tenaces.
La señora Felisa sigue parándose donde le parece bien para recoger un ramito de retama o de margaritas. Los hay inconscientes.
Y a algunos burócratas, aunque parezca increíble, aún no se les a caído la cara de vergüenza. Los hay miserables, ruines, caraduras, e hijos de p…
¿FIN?

CARICATURA DEL CUENTO 1


CARICATURA DEL CUENTO 2


CARICATURA DE CUENTO 3


sábado, 2 de junio de 2007

UN CUENTITO (?)

Aquí va un cuento recopilado de una revista española (Solo Moto 30) de hace unos 6 años atrás. Ya sé que es un poco largo pero, la verdad, es que me parece que esta muy bien redactado y valoro la imaginacion de sus autores. Jordi Nadal y Albert Escoda. Las caricaturas también pertenecen al cuento.
Disfrutenlo y sigan usando casco y portándose mal.

JORDI NADAL - ALBERT ESCODA


UN DIA EN LA VIDA DE UN MOTERO

Érase una vez en un país imaginario (esto es para que quede claro que lo que sigue es un cuento…)
La cosa no empezó muy bien.
Se suponía que el tipo estaba en el bar esperando a la chica, cuando entró otro motorista.
-“¿Es tuya la Zephyr que está tirada en la acera?”-
Salió a toda prisa dejando el café y el casco sobre el mostrador para descubrir que, efectivamente, su Kawasaki yacía de costado, mientras Marga llegaba en aquel momento.
-“¿Es tu moto?, ¿Qué ha pasado?”- preguntó su amiga mientras el otro motorista empezaba a ayudarle a levantar la máquina y gruñía.
-“¡Mecagüen…! Si estacionas en la calzada, te la tiran fija al querer meter su coche en cualquier hueco, y si la dejas en la acera, además de quejarse los peatones, te la tiran también… y has tenido suerte de que es una naked, porque esto en mi CBR son U$S 1000 en fibras…”-
-“¡Yo lo he visto!-
se oyó una voz a sus espaldas-, el tío quería estacionar aquí, se ha subido un poco al cordón y te ha tocado la moto, desequilibrándola del caballete. El cabrón se ha largado en cuanto ha visto lo que había hecho”.
-“La madre que lo parió”-
solo atinó a decir él mientras conseguía poner en pie la Zephyr y empezaba a hacer mentalmente un informe de daños-.
•••
Una vez acabado el café, intentó olvidar el incidente y se dispuso a disfrutar del espléndido día que se abría ante él, de la compañía de Marga y de la excursión que habían planeado juntos, así que se pusieron en marcha dispuestos a abandonar la ciudad en cuanto antes.
Apenas empezaron a rodar, y al doblar por la primera calle en busca de la avenida se toparon con un grupo de 7 u 8 moteros que estaban ayudando a uno que se había caído con su Suzuki en medio del paso de peatones. El tipo, del que bajo el casco se adivinaba su cara de estupefacción, no paraba de repetir:
-“Pe… pero si apenas he rozado la maneta del freno, ¡os lo juro!”.
-“¿Qué ha pasado?”- le preguntó Marga desde el asiento trasero mientras él, por precaución, reducía a segunda a pesar de ir sólo a 40 y volvía un poco la cabeza para contestarle que no tenía ni idea, cuando de pronto se le fue de atrás y sobre el paso peatonal derrapó unos 4 o 5 metros con la moto totalmente cruzada, como una Jawa de dirt-track. Nunca supo cómo lo hizo, o quizá fue precisamente porque no hizo nada, y el noble chasis de la Zephyr obró el milagro, pero no se cayeron y, después de girar 180 grados, quedaron parados al otro lado del paso peatonal, mirando hacia donde un segundo antes habían ejecutado una pirueta por la que cualquier especialista de Hollywood hubiese dado un par de años de su vida. El corazón les latía como un viejo motor Sanglas, y los asombrados ojos de los moteros que ayudaban a su colega caído, amenazaban con salir a través de los integrales, mientras a dos manzanas de allí los servicios municipales de limpieza seguían regando el asfalto, el fabricante de la pintura “antideslizante” de señalización roncaba como un angelito en su chalet de la sierra y, en la otra punta de la ciudad, el concejal de tráfico ponía en marcha el coqueto Toyota Celica de su esposa, obsequio del roncador fabricante de pintura para señalización.
Una vez repuestos del susto y sin más contratiempos que un autobús que decidió que el paso de una moto no tenía por qué ser impedimento para arrancar e incorporarse a la circulación (después puso el intermitente y cara de Van Gaal, eso sí) y un Ibiza de cuyas ventanillas salieron una cáscara de naranja y una colilla encendida que consiguió evitar por poco, llegaron a la salida de la ciudad, donde sortear milagrosamente un taxi que debía estar conducido por Terminator, lograron acceder a la vía rápida que les llevaría a la autopista.
La mañana era radiante, el casi veraniego sol invitaba a disfrutar de la ruta y olvidarse de todas las minucias que no lograban empañar la maravillosa e inigualable experiencia de una excursión en moto con la compañía y la ruta adecuadas. Claro que, aquello mismo debía ser lo que habían pensado muchos de los domingueros que decidieron salir de la ciudad en libertad condicional hasta el anochecer, y aunque era temprano, el tapón en la entrada de la autopista era ya importante. Si bien había una decena de peajes automáticos abiertos, todo el mundo se agolpaba en la única cabina manual.
-“Ve por el automático, llevo la Visa”- le dijo Marga a sus espaldas-.
-“No, con la moto no se puede”.
-“Bueno-insistió ella extrañada-también llevo bastante monedas, la podemos echar en la cestita”.
-“No. No lo entiendes. Las motos tenemos que pasar por cojones por la cabina manual”.
-“Ah,¿pagan menos que los coches?”.
-“No. Pagan lo mismo”.
-“¡…joder!”.
-“…Pues eso”.
Catorce suspiros y tres recordatorios a la madres que los parieron después, llegaron a la cabina donde esta vez sí se cayeron.
El resbalón fue mucho menos espectacular que el del paso peatonal, pero aunque parezca imposible, la pericia y los esfuerzos del fabricante de pintura antideslizante de señalización aún no han logrado superar el grado de resbalamiento de la capa de grasa-gasoil-aceite-gasolina-mierda-inmundicias varias que los responsables del mantenimiento de las autopistas (de peaje, claro) consiguen mantener durante todo el año frente a las cabinas de pago, especialmente las manuales que, casualmente, deben compartir los camiones (verdaderos templos rodantes del desparrame de líquidos varios) y las motocicletas (los únicos a quienes pueden afectarles en parado las condiciones del suelo).
El caso es que al parar la moto frente a la ventanilla y poner el pie derecho en el asfalto (bueno, lo del asfalto es un decir), éste resbaló sobre la espesa masa mugrienta del suelo y cayeron él, chica y moto sobre el desgraciadamente blando suelo. Y digo lo de desgraciadamente blando porque si bien la gruesa capa de porquería evitó algunos daños físicos, resulto peor el daño moral de verse allí revolcándose en la mugre como un cerdo en sus propios excrementos. Cuando lograron levantarse, estaban literalmente rebozados en mierda, y los del Citröen Xantia de atrás partiéndose de risa.
Los 25 kilómetros de autopista pasaron sin nada digno de mención como no fuera el Mercedes aquel conducido por Stevie Gonder que se incorporó por la derecha sin mirar el retrovisor, o sin querer verle, y que le obligó a cambiar de carril, donde casi fue arrollado por un BMW y un Toyota que venían picados a no menos de 180; pero la cosa no paso a mayores y pudieron llegar vivos a la salida que enlazaba con la comarcal, donde dejarían atrás cualquier vestigio urbano y donde empezaba, por fin, la excursión de verdad.
¡Ahora sí! la vieja carretera se adentraba en el increíble paisaje que milagrosamente descubría uno a tan poca distancia de la ciudad y te transportaba a una dimensión donde el ajetreo ciudadano, las preocupaciones cotidianas, Internet y demás zarandojas daban paso a un universo de sensaciones que se agolpaban en tus sentidos invadiendo tu sensibilidad de mágicos colores, fragancias casi olvidadas y sonidos que surgidos de la naturaleza que te envolvía, armonizaban con el canto del tetracilindrico como si Quincy Jones en persona hubiese hecho el arreglo musical para la ocasión.
Para completar la fiesta, el tacto, tal vez el sentido humano más íntimo, se regalaba con el abrazo de Marga que ahí detrás apretaba su cuerpo contra el suyo y ceñía sus brazos en torno a él como queriendo retener para siempre aquellos momentos, aferrarse a aquellas sensaciones y archivarlas bien en sus neuronas para tenerlas durante toda la vida ahí, al alcance de cualquier ataque de nostalgia.
•••
Si hubo algo de aquella experiencia que no olvidaría nunca, más que el vertigo de una derrapada incontrolada, la mala leche que provocan las injusticias y la falta de respeto que rodean al motorista, más que el inenarrable placer de la sensación de libertad, la magia del equilibrio dinámico o el despertar de los sentidos, más que las extremas y contradictorias percepciones que aquella experiencia le preparaba aún para su placer y su angustia, si hubo algo que consiguió traspasar microchips y censores y se instaló para siempre bajo su piel, fue la sensación de ser saludado por primera vez por otro motorista.
Uno de los maestros de la literatura contemporánea, el novelista Frederick Forsyth, empieza su segunda novela, el best seller Odessa aseverando que todo el mundo parece recordar lo que estaba haciendo en el instante que se enteró de la muerte de Kennedy. Es cierto. Y yo me atrevo a añadir que todo el mundo recuerda su primer saludo motero, que sobreviene así, de golpe, sin previo aviso y sin que lo esperes: la Zephyr llevaba en su alfombra mágica a un hombre feliz, atiborrados sus sentidos de vida cuando el curioso grupito formado por una CBR 1000, una Virago y una Exup le llenaron los ojos de ráfagas y dedos en V; duró apenas un par de segundos, pero fue la emoción más intensa que había experimentado en su vida. Quedó clavado por la impresión y fue incapaz de reaccionar a tiempo devolviendo el saludo, pero se le erizó la piel y aquella breve imagen quedaría para siempre fijada en su cerebro.
•••
El tráfico había aumentado un poco al atravesar un par de pueblitos, y la Kawasaki viajaba ahora siguiendo a un par de coches a los que había decidido no adelantar para conservar la placidez del momento cuando se le echó encima el loco aquel.
Acababan de entrar en una larga zona de curvas que subía el pequeño puerto de montaña y viajaban a unos 50 ó 60 por hora, paladeando el paisaje y la libertad como el carísimo manjar que era, cuando el chirrido de un frenazo detrás suyo y un rítmico estruendo que al principio no reconoció le hicieron crisparse los dedos sobre las manetas mientras las sorprendidas pupilas buscaban el retrovisor izquierdo y las manos de Marga se estremecían, sobresaltadas, en las costuras de su chaqueta.
Detrás de la curva que acababan de pasar apareció el campeón del Mundo de Rallys defendiendo, sin duda, su título del furibundo ataque de algún perseguidor desesperado. Al salir derrapando del viraje se había encontrado con la lentísima moto precedida de dos zoquetes más que obstaculizaban su camino hacia la gloria. Claro que, bien mirado, no era el Mitsubishi de Makinen, ni tan siquiera el Toyota de Sainz, sino un Seat Ibiza de ésos que pintan de color vómito y les añaden un adhesivo que dice “GTI”. A sus cuatro ocupantes les brillaban aún más los ojos que sus rapadas cabezas, en la frente de las cuales llevaban unos letreros que decían: “voy hasta el culo de pastillas, aún no me he acostado y tengo prisa por continuar la fiesta, así que ¡¡¡apártate de mi carretera, imbécil!!!”
La exacerbante cadencia de algo que muy bien podría ser el pedo de un hipopótamo a 150 pulsos por minutos indicaba a todo ser viviente en un par de kilómetros a la redonda que aquellos cuatro fenómenos se estaban extasiando con el último mega-increíble-hiper- bombazo que reventaba las superpistas de baile de todas las alucinantes-giga-discotecas.
Había una continua allí y algo de circulación de frente, así que el chiringuito rodante aquel no pudo adelantar, pero, eso sí, se preparó para hacerlo en cuanto tuviese oportunidad, y eso para el antropoide que gobernaba el volante significaba pegarse a un palmo de la matricula trasera de la Kawa.
-“Oye, ¿no está este tío demasiado cerca?”-le dijo Marga con la cabeza en su hombro y el culo prácticamente sobre el capó del coche.
-“Sí, un poco…-contesto él en un susurro mientras empezaba a sudar bajo el casco sin quitar la vista del retrovisor en el que veía perfectamente la cara de la locura: un crío de no más de dieciocho años, con los ojos inyectados en sangre y un cambiante rostro que pasaba en fracciones de segundo, de reírse a carcajadas con la cabeza echada hacia atrás, a quedarse absolutamente inexpresivo observando hipnotizado el tablero y su equipo de música para, de vez en cuando, echarle a la moto unas miradas de psicópata que, de haber tenido poder para ello, le habrían volatilizado, borrado de la carretera-.
“¡Dios mío!-pensó-, que no me caiga, que no pase nada ahora y tenga que frenar o este tío nos mata…”.
-“Tengo miedo-
dijo Marga a su espalda-, está encima nuestro”.
Aceleró un poco acercándose al Audi que tenía delante, pero el descerebrado aquel seguía pegado a su Pirelli trasero, como un ciclista en una carrera tras moto.
No podía adelantar y ahora, al intentar huir del Ibiza, él mismo se había encajonado entre los dos coches, con lo que la situación había empeorado hasta el límite. Si ocurriese algo ahí delante y alguien frenase, Marga y él sabrían lo que siente una feta de queso metida en una Mac de tres pisos.
Se le ocurrió soltar la mano izquierda del manillar y con la palma vuelta hacia atrás agitar el brazo esperando que el deficiente aquel entendiese que debía separarse un poco, pero vio por el retrovisor que aquel error de la naturaleza estaba demasiado ocupado metiéndose ahora algo por la nariz, así que decidió intentar otra maniobra que, aunque arriesgada, era mejor que esperar impasible a que el verdugo les ejecutase de una vez con una leve presión de su pie sobre el acelerador: rozando apenas la maneta derecha, confió que la luz de freno actuase antes que la pinzas de los discos y el destello rojo del piloto pusiese en marcha algunas de las escasas neuronas que debía haber en la vacía soledad de aquel cráneo, sin embargo algo salió mal y cantó el afilador.
Los ciclistas profesionales son gente dura, sacrificada y valerosa, pero hay algo que les encoge el ombligo y les acelera el ritmo cardíaco más que un puerto de primera: el canto del afilador. Cuando rodando en pelotón se oye un siniestro siseo muy parecido al de un artesano amolando su cuchillo, se erizan los pelos de los cogotes, los dedos se aferran a los frenos, y los tobillos giran para liberarse de los enganches de los pedales, y es que va a haber una caída. El rechinamiento es causado por los tubulares de dos bicicletas que han rozado entre sí, y anuncian una inevitable caída que, en medio del pelotón, no es algo para tomarse a la ligera.
Claro que el pelotón en el que rodaba la Kawa era mucho más letal, y había ocurrido que al presionar levemente la maneta del freno, había soltado un poco el puño del gas, y los 1.062 c.c. de una Zephyr 1100 tienen un poder de retención de freno motor algo superior a un Piaggio 2 tiempos, y fueron suficientes para reducir a cero la distancia entre los dos vehículos.
El paragolpes del Ibiza llegó a contactar durante un microsegundo con el neumático trasero de la moto. Si se hubiese podido medir la intensidad del contacto, seguramente ésta no habría tenido más presión que una ventosidad de mosca (en el caso que esos bichos sufran de aerofagia), pero el plástico rozó con la goma, canto el afilador y el aterrador chirrido se alzo sobre los decibelios tecnomaquineros, y las migajas cerebrales que aún quedaban en el desecho humano le hicieron levantar instintivamente el pie del acelerador, momento que aprovecho el motorista para separarse un poco del que le precedía y echándose a la izquierda, adelantarse sin encomendarse a nadie.
-“Ahora o nunca-pensó-, prefiero morir adelantando que acorralado”.
Aunque por pelos, le salió bien.
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Un par de kilómetros después pararon en un claro que se habría en la cuneta derecha donde manaba una fuente.
-“Nos limpiaremos un poco”- le indicó a Marga mostrándole la croqueta de grasa pestilente que envolvía sus chaquetas. Aunque en realidad lo que pretendía era que pasara el demente del Ibiza, porque no tenía ninguna gana de llevarlo en el trasero. Y no tuvo que esperar mucho, un momento después empezaron a oír aquel conocido Tump, Tump y segundos más tarde paso Schumacher en versión 18 años y carnet de conducir nuevo.
Apenas descendidos de la moto y cuando empezaba a sacarse los guantes, un grupo de 5 ó 6 traileros, con sus Africa Twin, Elefant, y GS, se detuvieron al lado de la Kawa. El de la BMW preguntó a través del Nolan.
-“¿Problemas?”.
-“No, no”-les gritó él, señalando después la fuente.
Y levantando los pulgares se perdieron otra vez carretera arriba. Marga se quedó mirando hacia donde se habían ido.
-“Qué simpáticos, ¿no?”.
-“Bueno, es la solidaridad motera”-
dijo él controlando un ligero nudo en la garganta, y tras 5 minutos de brega con la suciedad de las ropas y después de constatar que el jugo que crece en el asfalto ante las cabinas de peaje es un excelente tinte para teñir chaquetas y pantalones, puso de nuevo la Zephyr en marcha y partieron de nuevo rumbo a donde fuese.
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Hasta que se desconectó el aparato todas fueron sensaciones placenteras, infinitas variaciones sobre un mismo tema que, como una buena improvisación de jazz, cada vez es diferente sin dejar de ser lo mismo en esencia, y aquella partitura estaba en clave de sol, libertad, vida y aventura. Hubo aún un par de sustos, como cuando metió la rueda en unas espantosas roderas del asfalto provocadas por una puñetera reparación (¿) del pavimento, o aquel parche en plena curva ciega que más que un pegote de alquitrán era un patíbulo rutero, o el Megane del Stop que no se sabía si saldría o no hasta dos segundos antes del cruce (Salió); pero quedaban también entrañables momentos como cuando en la travesía de un pueblo se vió en medio de un nutrido grupo de 15 ó 20 motos y anduvo con ellos una treintena de kilómetros compartiendo ruta con aquellos anónimos compañeros a los que nunca llegaría a conocer, a los que nuca vería sus caras y de los que jamás sabría sus nombres.
Estaba llegando al final y casi deseó que hubiese un viaje de vuelta, para seguir oliendo a gasolina y hierba mojada, para seguir escuchando el murmullo de la cuneta y las listonadas del motor, para seguir viendo los colores de la libertad, saborear el día, notar el viento en la cara y el abrazo de Marga, pero sabía que aquello debía terminar allí y, en efecto, se desvanecieron todas las sensaciones y, tras un destello verdoso, se esfumó todo, quedando sólo un vacío insípido de pantalla gris y ruido rosa.
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Se quitó el casco de realidad virtual y volvió al verdadero mundo de la sala de reuniones donde otras quince personas estaban también sacudiendo la cabeza mientras se desembarazaban de sus guantes cibernéticos y sus sensores.
-“Bien, señores- dijo levantándose el que estaba en la otra punta de la gran mesa ovalada- han asistido ustedes a la recreación virtual de una excursión motociclística corriente. Las situaciones son reales y han sido grabadas en vivo por especialistas. Las sensaciones que han notado ustedes son las que siente habitualmente un motorista en un autentico y ordinario viaje en moto. Señores ministros, señor presidente… (dijo mirando respetuosamente al virtual conductor de la Zephyr), creo que tenemos suficiente información para el debate…”.
Él se levantó y tras una breve pausa dijo:
-“En primer lugar, déjenme felicitarles por el trabajo realizado. ¡Bravo!-(una breve ovación)-, y antes de empezar, déjenme decirles que me he emocionado realmente durante un par de fases de la experiencia. –(Pausa)-. Sin duda, nuestra infraestructura vial quizá no es la más adecuada para este tipo de vehículos, pero creo que acabamos de comprobar que las sensaciones y las vivencias que se experimentan a bordo de una motocicleta compensan a este grupúsculo de los inevitables inconvenientes generados por su afición… por lo que me atrevo a adelantar que… ¡podemos y debemos apretarles más las clavijas! –(golpeó firmemente la mesa)-, no lo duden, señoras y señores ministros y secretarios: estos motoristas están llevando un nivel de calidad de vida, de disfrute de vida muy superior al de sus conciudadanos… ¡Oh! no voy a ser yo quien les niegue ningún placer –(sonrió ahora sórdidamente)-, no, por Dios, ¡éste es un país libre!, que gocen de sus motos, sí… ¡pero que paguen por ese privilegio!... Y si quieres que alguien valore algo realmente, dificúltalo, encarécelo, margínalo o prohíbelo. Entonces pagarán lo que sea por ello.
Y una salva de aplausos abrió el debate.
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Tres meses más tarde se presentaron al senado varias proposiciones de ley. Poco después estaban aprobadas:
- Se creó un impuesto especial para “Vehículos de Ocio” (los de dos ruedas con motor de más de 125 c.c.).
- Se empezó a distribuir una gasolina especial obligatoria para motocicletas (un 15% más cara).
- Los seguros aumentaron (aún más) cargados por una “derrama especial de siniestrabilidad motocicletas”.
- Las autopistas aumentaron sus peajes a las motos en concepto de “ocupación ociosa de la vía”.
- Se aprobó una nueva normativa sobre cascos con filtros anti-oloriferos obligatorios, para que los aromas de la ruta no distrajeran al conductor.
- Se prohibieron todo tipo de saludos entre conductores motoristas, porque se consideraba peligrosísimo soltar un momento una mano del manillar.
- Se perseguirían en adelante las paradas en la cuneta no justificadas (incluido el auxilio a asistencia de cualquier tipo llevado a cabo por particulares o no autorizados)
- Se prohibió a los pasajeros de motocicletas sujetarse o entrar en contacto físico con los conductores. en todo caso podrían agarrarse solamente a las asas colocadas a tal efecto.
- Se prohibió la circulación de tres motos en fila sin estar separadas por un mínimo de 70 metros.
- En caso de accidente, los daños causados por la motocicleta o sus ocupantes al arrastrarse por la vía y erosionar el asfalto o al destrozar señales de tráfico, guardarraíles y/o cualquier otro tipo de mobiliario vial, de resultas de un impacto con la máquina o sus usuarios, deberían ser satisfechos por el titular de la motocicleta al ser ésta un “vehículo de ocio”, cuyo uso no es considerado necesario o prioritario.
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Los motoristas de aquel país imaginario siguieron diciendo amén y bajándose los pantalones, y es que aquellos gilipollas continuaron siendo incapaces de crear una asociación que les representara y defendiese sus derechos.
… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado (queda claro que es un cuento, ¿no?)

N.R. Jordi Nadal y Albert Escoda son dos prestigiosos Probadores/periodistas del mundo de las dos ruedas. Actualmente colaboran en la revista española Solo Moto 30.

¡¡¡QUE LOCO!!!


Origen de la fuente solo moto 30